Sé que las palabras hablan por sí solas, pero con éste comentario quiero decir, que vale la pena ésta vida, el camino que decidamos escoger, sea bueno o malo, de alguna manera se une al de Jesús nuestro Buen Pastor, que hace de nosotros seres humanos simples, sensibles y sobre todo humildes en su amor. Sé que es difícil dejar de ser pecadores, pero el imposible se vuelve un chiste pa Dios. Y como dice Anna Frank: “Sigo creyendo que la gente tiene un buen corazón”. Gracias a ti ¡Alicia!
Conocí a Marcel hace mucho, y la reconocí en otra persona hace poco, no era ella, pero cuando la miré, la saludé como si lo fuera, la traté como si lo fuera y le sonreí como si lo fuera. Ella, imitando bien a la Marcel que conocía, me observó no con indiferencia, al contrario, dibujó una sonrisa en su rostro, y se alegró de verme.
Hace varios días, volví a ver a la Marcel que no era, me miró, desde lejos, y entre su sonrisa placentera, gritó con voz ronca: ¡Brenda!, la miré, y me alegré de verla. Al acercarme a su mostrador, me entusiasmó su sonrisa, y comenzamos a hablar, de la universidad, amigos, Dios, hasta que mi vista se desvía al identificador donde colocan los nombres de los empleados de su departamento, (en buen dominicano gafete) en el cual veo una Alicia visible para muchos, pero dudoso y confuso para mí. No puede ser, pensé ¿y no era Marcel?, ¿Alicia? Dije en voz alta, ella, levantando su mirada, me observó curiosa. Vieja ¿y no eres Marcel?, la carcajada, resonó en todo el salón, cuando me dijo, que siempre la confundían con su mejor amiga.
No conozco mucho a Marcel, pero Alicia me pareció encantadora, en esa tarde frente al mostrador, volví a descubrir el amor de Dios. Alicia/Marcel me contó sobre ese amor incomprensible que reventaba en su corazón, me lo contó en sus formas de agradarme, su simpatía, como se sinceró conmigo en una tarde, donde su voz, ronca, era especial, sus formas de tratar al otro motivaban, de cómo había hecho que todo el departamento se acercase de alguna que otra manera a Papá Dios. Me lo contó en su carisma y en sus gestos. Y comprendí que Dios se encuentra en todas partes, pin pun a ti y a mí, solo tienes que abrir los ojos y observar su dulce amor en el otro. Comprendí que evangelizar no es imposible, solo hay que ser uno mismo y él sale solo. Observé al Dios de Alicia detrás del mostrador y pensé Dios, es una chulería.
Hace varios días, volví a ver a la Marcel que no era, me miró, desde lejos, y entre su sonrisa placentera, gritó con voz ronca: ¡Brenda!, la miré, y me alegré de verla. Al acercarme a su mostrador, me entusiasmó su sonrisa, y comenzamos a hablar, de la universidad, amigos, Dios, hasta que mi vista se desvía al identificador donde colocan los nombres de los empleados de su departamento, (en buen dominicano gafete) en el cual veo una Alicia visible para muchos, pero dudoso y confuso para mí. No puede ser, pensé ¿y no era Marcel?, ¿Alicia? Dije en voz alta, ella, levantando su mirada, me observó curiosa. Vieja ¿y no eres Marcel?, la carcajada, resonó en todo el salón, cuando me dijo, que siempre la confundían con su mejor amiga.
No conozco mucho a Marcel, pero Alicia me pareció encantadora, en esa tarde frente al mostrador, volví a descubrir el amor de Dios. Alicia/Marcel me contó sobre ese amor incomprensible que reventaba en su corazón, me lo contó en sus formas de agradarme, su simpatía, como se sinceró conmigo en una tarde, donde su voz, ronca, era especial, sus formas de tratar al otro motivaban, de cómo había hecho que todo el departamento se acercase de alguna que otra manera a Papá Dios. Me lo contó en su carisma y en sus gestos. Y comprendí que Dios se encuentra en todas partes, pin pun a ti y a mí, solo tienes que abrir los ojos y observar su dulce amor en el otro. Comprendí que evangelizar no es imposible, solo hay que ser uno mismo y él sale solo. Observé al Dios de Alicia detrás del mostrador y pensé Dios, es una chulería.
"Gracias Señor por hacerme una simple hoja de papel, que se llena de tus suaves trazos"
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