sábado, 20 de noviembre de 2010

Conexión.


Hace unos días, mis primos estaban en casa. Si supieran ustedes que leen estas líneas, cuánto amo a mis primos, sé que un toque de ese amor llegaría a ustedes, porque es grande. Pero para mí a veces no es tan grande como para ir a donde van, hacer lo que ellos aman y despegarme de mi ¨comodidad¨. Para ser Iglesia con ellos.

Ese día con mis primos, surgieron los recuerdos alegres como dolorosos. Esos últimos ya se narran como en relajo, para reírnos del pasado y así sanar. Contaban una de las historias que involucró, familia, policía, delincuentes, confusión, sangre y balas. Tanto así que uno de ellos cayó en muy mal estado, enfrentándose a la muerte. Hicimos todo lo necesario, oramos. La oración, cuentan algunos, fue tan gloriosa esa noche que muchos en familia, pudieron experimentar la presencia de Dios, viva y palpable. Todos entre el relato, coincidieron con haber sentido esa maravillosa presencia. Así sanó mi primo, y todo volvió a la normalidad.

Muchas veces conformamos a Dios. Pensamos que él solo está para esos momentos en los que hay que orar por algo grande, ya que se necesita algo GRANDE dígase Dios, que ordene la situación. Yo quisiera un día llegar a una de las reuniones con ellos, y decirles vamos, oremos, presentemos también nuestras pequeñas necesidades, esas que no te has atrevido a contar aquí, porque son muy íntimas, dolorosas, penosas, ven, vamos a consolarnos juntos.

Yo no soy nada perfecta. Mi corazón está rodeado de imperfecciones. Lo peor de mí creo es mi egoísmo. Encerrarme en un lugar donde pueda buscar y hallar la santidad, despegándome incluso a veces de los que amo. Porque eso era para mí hasta hoy el seguimiento total de Jesús, buscar la santidad, buscar no ver, oír, tocar, cosas que puedan ¨alejarme¨ de mi encuentro con Jesús (como si él se me fuera a escapar).

¿Entonces qué será el seguir a Jesús? ¿Desconectarme de los que aprecio y amo, con los que anhelo con ansias compartir a Dios? Sí, claro que oro por ellos, pero algo en mí dice, ¡no basta!, no basta que estés cómoda, que estés tranquila, hace falta un seguimiento radical. Hace falta no solo el sentirme necesitada de su amor, sino ser amor para los demás, ser el oído, ser amiga, hermana, estar allí, y que los demás puedan también involucrarse en mi vida.

Recuerdo que en el colegio, todavía no había tenido mi encuentro personal, cara a cara con Jesús. Una de mis mejores amiga sí. Ella lo conocía, sabía quién era. Además tenía su propia comunidad, una gran familia. Muchas veces ella dejaba de ir a fiestas de cumpleaños, de ir al cine, de salir con nosotras, porque tenía que cumplir con su comunidad. Nos molestaba, porque queríamos que compartiera con nosotras. Cuando llegó mi momento de tropezarme con Jesús, Él me miró y me enamoré. Luego le dije a mi amiga ¿por qué no me dijiste antes? ¿Por qué no me habías invitado a conocerlo? Y me di cuenta de lo que me había estado perdiendo.

No te digo que dejes de ir a la Iglesia, que dejes de orar, que dejes de hacer cosas, sino más bien que agregues algo más. Pasa tiempo con los que amas, presenta a Jesús, vívelo, búscalo en los que lo necesitan. Eso, también me falta a mí. Hagámoslo juntos. A veces solo falta, conectarnos para conectar.

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