miércoles, 3 de diciembre de 2008

El DenGUE!


Estoy enferma, a veces es divertido estarlo, te llaman mucho, te compran cosas, y siempre piensan en ti. El problema sería la enfermedad a la cual nos enfrentamos. A mí por ejemplo me picó el dengue, no es que yo sea picadera, (aunque me encanta pararme en las pastelerías a comer pastelitos y pizzitas) no, ese no es el problema, sino más bien, que me picó un mosquito, diminuto, que hace grandes cosas en mí, (Suena hasta poético el asunto). Esta situación, por la que paso, puedo llamarla enfermedad para borrachos. Me he tomado cuatro Gatorade, bebida energizarte, que no ha hecho más que embobarme todo el día, y dejarme en estado fetal por varios días. A parte de esta espectacular bebida, en todos los sabores, también tengo que beber otras dosis que mi madre se inventa para subir las plaquetas.
No resulta ya nada divertido estar en cama por tanto tiempo, he leído libros, que me han hecho reír, llorar o aburrirme, veo el piano, con un letrero de (prohibido TOCAR), ya que tengo que estar en absoluto reposo. Y para colmo me había propuesto días antes estudiar duro. Pero como buena cristiana pienso, todo esto es por una buena causa.
Visito el médico, y cuando veo a la bio-analista que vuelve otra vez a sacarme sangre, la miro con cara de, por ¿dónde me va a puyar ahora?, y la pobre no le quedaba otra más que brindarme su mejor sonrisa. Debe de estar cansada de que le pongan esas miradas, peor aún con los niños que ni le sonríen.
La sala esta con algunos pacientes que esperan ansiosos, otros no muy conformes de que les saquen sangre, pero como dicen ¡así es la vida! Entre los pacientes se comienza a colar el tema del dengue. Una de las doñas, comienza a contar la travesía que paso con su Jorgito picado por el dengue. Dice que su Jorgito es un niño inquieto, pero que cuando le llegó la enfermedad ni hablaba, lo dejó mudo, pero la receta del jugo de guayaba fue un éxito. Nos contó entre sus ojos brillantes, “Miren, mi hijo, es flaco de por sí, pero agarré todos los potes que encontré, los lavé bien, y los llené de jugo de guayaba, en la nevera no cabía uno más, y cada vez que se le acababa alguno, le colocaba otro en la boca, no lo dejaba respirar, pero así se sanó y hasta engordó. Mi esposo se quejaba de encontrar la nevera llena de jugo, pero ¿qué iba yo a hacer? Es mi hijito, y uno hace lo que sea por su hijo, hay que ser madre para entender” sonreí ante su comentario, en realidad cada vez que me bebo algún jugo de guayaba, me imagino la nevera esperándome por más, y a mi mama dándome otro vaso para hidratarme y para que no desaparezca.
Siempre me había preguntando, Dios ¿por qué me amas? ¿Para qué perder tiempo amándome? Tú lo tienes todo, entonces ¿para qué? Entre un susurro escuché la voz de mi mamá, -Brenda, tómate eso y deja de estar en la luna, que si te me vas, me voy contigo- con disgusto, voy bebiendo mi dosis, mientras pienso. Hay que ser mamá para entender lo extremo del amor de papá Dios.

1 comentario:

Yuan dijo...

Ayer me sacaron cuatro tubitos de sangre en un laboratorio. Tengo ganas de jugo de guayaba. Mejórate!