Salí del conservatorio apurada ya que dos de mis amigos celebraban su cumpleaños, entre el tapón y la lluvia, pude llegar a una farmacia a comprar unos chocolates para el regalo que tenía en mente, de repente el encargado se me acerca y me pregunta, ¿necesita ayuda?, mi respuesta instantánea fue un “no, todo bien”… no habían pasado 5 minutos en los que yo me deleitaba buscando un chocolate y vuelve a preguntarme “¿necesita ayuda?” a lo que vuelvo a contestar entre una sonrisa de conformidad “no, todo bien, gracias”… esta conversación se repitió 4 veces en lo que estuve allí, ya mi “Gracias” era con una entonación diferente. Cabe decir que salí totalmente incómoda, que no quiere decir inconforme por el servicio… incluso a mis adentros pensé “La atención es demasiado buena que molesta…”
Cuando me dispuse a entrar en mi vehículo a toda prisa ya que si me volvían a preguntar si necesitaba ayuda iba a estallar y sinceramente no sé ¿Por qué? De repente recordé una frase que un sacerdote me dijo… “Dios… ¡Dios es un dios INCOMODO!” retumbo en mi mente, sí, Dios es tan bueno, tan perfecto, tan divino que incómoda. Aceptar a Dios es bastante incómodo, que no llegamos a cuadrar en su plena y absoluta grandeza. Es difícil aceptar que nuestros errores definitivamente están mal, es muchísimo más fácil adaptarnos al pecado, darle largas al asunto en vez de resolverlo, pero cuando llegamos a conocer a Dios los pecados nos pesan, y nos sentimos como un muchacho que recién estrena ropa nueva, se come algo y se ensucia antes de visitar a su novia, no puede sacarse de la cabeza la pequeña mancha que tiene en su nueva camisa y no tiene otro remedio que devolverse a cambiar de ropa.
Pienso que Dios es incómodo no porque quiera, sino porque es así y punto. Su mensaje es radical, extremo, poderoso, pero tiene algo que es más incómodo aún, te acepta. En Dios no hay desprecio, no hay odio, no te mira con ojos justicieros esperando dar el veredicto final, nos busca tanto que nos incómoda, nos pregunta a cada instante ¿necesitas ayuda? Y aunque le contestemos con un rotundo “¡NO!” Él nos responde con insistencia.
Dios calificado de incómodo, nos ama, nos consiente y sobre todo no nos abandona…
Dios calificado de incómodo, solo tiene un calificativo para ti “Mi deleite”. Sí, ¡definitivamente Dios se deleita en ti!, entonces ¿por qué otra razón te buscaría? Tú le apeteces siempre. Hoy por ejemplo tengo un gran antojo de hamburguer, pues Dios siempre tiene grandes ganas de ti. Ese es el Dios incómodo, que en su perfección se hace pequeño para amarnos.