sábado, 30 de enero de 2010

Un chapuzón con Jesús.



En la vida uno se siente a veces que camina tanteando los pasos en un río. En un río del cual no queremos caer y salir empapados, entonces vamos piedrita tras piedrita saltando y tratando de cruzar. Muchas veces resulta que una de esas piedras estaba llena de larva verde, demasiado resbaladiza para aguantarnos y uno de los pies se encharca en el río. Otra veces la piedra esta medio floja, tambaleándose con la corriente, y uno trata de apoyase rápido, sin que ella se dé cuenta, pero como quiera no logramos cruzar.

Cruzar el río, nos pone nerviosos, cuando no queremos salir mojados, y andamos con tenis nuevos de último modelo. O peor aún, cuando tenemos carga pesada en nuestro poder, es tan difícil, porque tenemos que buscar la forma de creernos por unos instantes trapecistas, pero ¡plaf! Quedamos bañados en agua fría.
En estos días me he sentido así, siento que Dios está al otro lado, y gritándole le digo “¡ya te alcanzo!” pero de depende las garras del río hacen equivocar mis pasos, herir a las personas, portarme mal, recibir correcciones una y otra vez, y me siento toda mojada en una piedra, sin saber cómo cruzar y cómo dejar de ser y ser en Él. Muchas veces las corrientes me arrastran, y vuelvo a intentarlo otra vez, pero no resulta nada. Castigo instantáneamente mi corazón y pienso en lo perdedora que soy cuando no puedo cruzar el río fácilmente. Mucha gente lo ha logrado, ha cruzado, mira cómo van. Sin embargo en toda esta semana no he bajado la guardia (como diría mi mamá) tropiezo, con mis labios, mis acciones, mi manera de ser y me enojo conmigo, entonces no cruzo el río.

Mi familia es de Jarabacoa, un campo frío, donde existen muchos lugares para bañarse en los ríos. Mis mejores recuerdos de infancia, fueron con mis primos cruzando los ríos, enlodándonos, bañándonos con ropa cuando no traíamos traje de baño. Era tan así, que apostábamos a el que se lanzara de la piedra más alta. Obviamente que cuando llegábamos de las travesuras de infancia, nuestras madres no estaban muy contentas, pero nos dejaban disfrutar. Nos dejaban vivir la aventura de ser niños. Hoy ya no es así. Muchas veces ni me dan ganas de ir a Jarabacoa, y cuando vamos, me encuentro a todos mis primos muy grandes como para decir “Hey vamos pal río” solo queda el recuerdo de correr con nuestras toallas por las montanas de Jarabacoa.

Dios a veces nos quiere en el río. Yo he durado estas tres semanas tratando de cruzarlo. Pero no me daba cuenta que Él me decía “Bren, quiero cruzarlo contigo, encharcarnos juntos e ir a tu paso” no me daba cuenta de que el río también es genial cuando se va acompañado y más si es de Jesús. Que el río aunque este frío, y yo piense que estoy muy grande para bañarme, que soy demasiado buena para equivocarme, que tengo unos tenis (corazón) de último modelo para ensuciarlo, pienso que Jesús detrás de mí, no del otro lado como pensaba, me lanza agua y me invita a darme un buen chapuzón con él.